Sobre un cielo hechizado se ha dormido el velero,
desde el muelle lo atisba la inquieta labradora,
el ocaso subyuga el paisaje a deshora
con la incierta bandada que teme un aguacero.
No hay rastros en cubierta de ningún marinero,
y el ladrido impaciente me avisa sin demora
que estoy frente al balandro fantasma y es la hora
de intentar abordarlo con un plan valedero
para aclarar secretos, abrazada a mi suerte;
la tormenta se anuncia con el zigzag de un rayo,
vela la blanca luna y en penumbras me advierte
que un peligro se cierne y acecha de soslayo,
en el otoño frío de una noche de mayo,
propicia a la aventura, mas no temo a la muerte.
Y aunque nunca despierte
descubriré el enigma más allá de la vida
entre luces y sombras, al fin de la partida.
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