Cuando la tarde inicie el vuelo
encontraré tu sombra en aquel muro
que escalábamos juntas en los juegos de infancia.
Y habrá una cicatriz en el ladrillo hueco
que escondía el
tesoro compartido:
estrellitas de mar y caracolas,
guijarros de colores,
espejuelos,
cintas de celofán para alas de libélula,
mariposas talladas en papel de bombones
cristales de collares y botones de perlas extraviadas.
Era el tiempo de la risa frecuente a la hora de los duendes,
frases de encantamiento
y cabellos trenzados
con diademas de flores de ligustre, las joyas elegidas
por nosotras, las hadas
del bosque de la abuela,
límite entre la magia
y la verdad
que dormía indolente detrás de la pared.
Pero se despertó de
pronto con su voz atiplada,
silbando con el viento de los días de arena que siguieron,
resonando en los ecos de salones vacíos
(desiertos como ahora por tu ausencia)
para anunciar un
incoloro tiempo de silencio