y una mañana de oro que remontaba vuelo,
un rítmico galope latía sobre el suelo,
cuando mi zaina airosa bamboleaba las brisas
. El horizonte araba senderos por los cielos,
y el mar se presentía detrás de la espesura;
las ramas de los pinos besaban la blancura
de una nube danzante que ondulaba sus velos.
Y al abrirse la senda en la playa silente,
se irguió una ola de plata por detrás de una duna
que irradió mil estrellas al volcar su rompiente;
vibró el relincho claro de mi yegua moruna.
-Caballita -le dije- no te asuste el relente:
el mar te ha bautizado con el nombre de Yuna
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