Era un viejo pirata que buscaba un tesoro
y encontró en su trayecto a una sirena de oro.
Parecía dormida en un rojo arrecife
y era la obra perfecta de un maestro alarife.
Envolvió con las redes de amor la extraña joya
y señaló el hallazgo con una nueva boya.
Pensaba en renovar su mascarón de proa,
pues ya no se notaba, si era dragón o boa.
“Será el galeón más bello que navegue los mares
con esta talla única, sin otros ejemplares”...
Pero al volver al barco no vio a los tripulantes
y recordó leyendas de antiguos navegantes.
Sin ráfagas ni olas, todo era calma chicha,
pero no iba a dejarse llevar por la desdicha…
Miró por la cubierta, buscó en los camarotes
y halló a todos dormidos de pie sobre los botes.
Junto a su tajamar, cada hombre era una estatua
“No voy a arriesgar vidas por una ambición fatua”.
El océano airado le hacía una advertencia,
y en su extraño mutismo le mostraba pendencia:
“No existe un enemigo que a estas aguas ofenda:
me quedo con tus nautas, si te robas mi prenda” .
Y el osado corsario dispuesto al abordaje
advirtió la amenaza y soltó el correaje
Giró el timón, entonces, y cambió el derrotero
“No desafiaré al mar”. -pensó el filibustero.
Y todos despertaron sin recuerdos del sueño;
solo aquel bucanero con su frustrado empeño.
Y mirando la boya que hamacaba el oleaje
dio fin a la aventura de su ilusorio viaje.
A veces melancólico revivía el momento
pensando en la sirena y el hechizo del cuento.
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