Miguel, yo
te venero, tu prosa me enamora,
eres, sin
duda alguna, señor entre señores,
como tu
caballero mereces los honores
de seguir sus
caminos en la tarde que aflora.
Acaso me he sentido Marcela, la pastora,
con su blusa bordada y mi falda de flores,
mimando a mis corderos, silbando a los azores,
libres
entre collados, al estrenar la aurora.
Y a veces Dorotea, triste y abandonada,
con
inciertas promesas y su sueño perdido,
doncella vengadora
que cambió su vestido
por prendas de muchacho, al bordear la
cascada.
Quiero ser otra
rosa por tu pluma inventada
sálvame con
tu historia del frío del olvido.
Pues sueño
con mi nido,
alero de
cartón de tapas rojas
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