sobre la oscura grama atardecida,
que despertó de pronto sorprendida
por el tul o el susurro de algún moño.
Se tendió la pareja complacida,
entre encajes en flor, orla o madroño,
y el viento ante la falta de un retoño
sopló hojas de oro como bienvenida.
La paz de aquella tarde dio cobijo
a fantasías, viajes y primicias
y una ilusión secreta con el hijo,
intercambiando sueños y caricias,
cuando bajaba el sol a su escondrijo
y las estrellas daban sus albricias.
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