El bosque no teme al tiempo,
sólo un incendio lo apaga
y el pájaro es un segundo,
breve flecha entre las ramas,
saetilla de relojes,
que el paisaje nos regala
y a las seis, cuando amanece,
canta frente a tu ventana.
-Ay, cucú, que me fastidias,
quiero abrazarme a mi almohada,
que afuera sigue nevando
y está blanca la calzada.
Ay, cuco del monte verde,
vuela con otros fantasmas,
déjame dormir un rato
que no ha sonado la alarma.
Los minutos pasan raudos
y el niño aguarda en su cama
que le lleve el desayuno
con café, leche y tostadas
untadas con queso blanco
y un poco de mermelada.
-Padre, muy pronto en la escuela
repicará la campana
y al maestro le fastidia
que entremos tarde en el aula.
El reloj domina al mundo
y en la cabeza se instala
de padre e hijo que cuentan
los segundos que les faltan.
Ambos miran hacia el bosque
donde el árbol se agiganta,
pues su vigor vence al tiempo
y hacia el cielo se derrama.
Las centurias no perturban
sus raíces aferradas
para florecer de nuevo
con la fronda renovada.
¡Ay, gigantes centinelas
de mi vida que se escapa!
y en la cabeza se instala
de padre e hijo que cuentan
los segundos que les faltan.
Ambos miran hacia el bosque
donde el árbol se agiganta,
pues su vigor vence al tiempo
y hacia el cielo se derrama.
Las centurias no perturban
sus raíces aferradas
para florecer de nuevo
con la fronda renovada.
¡Ay, gigantes centinelas
de mi vida que se escapa!
