Despertaba el otoño a la hora pactada,
la niebla
se esparcía con efluvios de nardos,
y el olvido
en el campo azuleaba los cardos
fingiendo
primaveras de tarde enamorada.
El sol en
su crepúsculo hechizaba la aguada,
y entre cuerdas y vino recitaban los bardos,
sobre el
ramaje espeso soñaban los leopardos
ardorosos idilios
de una noche dorada.
Y yo busqué tus pasos en la bruma hechicera
de un mayo
anaranjado con letargos profundos
que cambiaban indicios en la nube viajera
por rojos espejismos en cielos vagabundos,
mas sólo
era un esbozo de luna pasajera
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